Los CIDI, donde la UCMA desarrolla conocimiento y tecnología desde la experiencia cooperativa y mutual

El Centro de Investigación y Desarrollo Integrado (CIDI) de la UCMA no se proyecta como un laboratorio más ni una oficina académica trasladada al interior: es el pilar de una propuesta académica orientada hacia el desarrollo regional y comunitario. Su razón de ser es simple y potente a la vez: llevar la inteligencia técnica al corazón del territorio, donde los problemas cotidianos exigen respuestas científicas, prácticas y éticas. Hay que imaginarlo como una raíz inteligente: no pretende exhibirse en el follaje de revistas académicas, sino sostener el árbol entero. Hablamos del vínculo estratégico Ciencia / Organización / Comunidad.

Su valor se mide en la capacidad de dinamizar comunidades productivas, creativas y resilientes en pie. Los CIDI transforman capacidades existentes en bienes comunes: tecnología reparable, datos soberanos y bioeconomías regenerativas que se reproducen en red.

Espacios de investigación, innovación y educación

Los CIDI se instalan preferentemente en organizaciones solidarias (cooperativas y mutuales) con trayectoria productiva o de servicios: la apuesta no es empezar de cero, sino transformar unidades activas en campus dinámicos de conocimiento. Al integrarse en una empresa en funcionamiento, el CIDI convierte esa unidad productiva en espacio académico: la línea de envasado se vuelve laboratorio de procesos, el campo productivo, aula de ingeniería aplicada; y el parque solar, un centro de investigación sobre energías renovables. Esa convivencia es mutuamente potenciadora: la organización solidaria gana herramientas técnicas, metodologías y redes que aumentan su productividad y su valor agregado; el CIDI recibe a cambio lo más valioso para la investigación y la enseñanza —rutinas, saberes prácticos, fracasos y aciertos— que orientan hipótesis, configuran currículos y forman profesionales con experiencia real. No se trata de mera transferencia; es una pedagogía de la práctica donde la empresa enseña y la universidad aprende, produciendo conocimiento legítimo, útil y enraizado en el territorio.

La investigación en los CIDI nace de preguntas formuladas y validadas por la propia comunidad. No se trata de adaptar teorías ajenas, sino de construir marcos de indagación que emergen del contacto cotidiano con la tierra, las cooperativas, las mutuales y los oficios que sostienen generaciones. Calendarios de siembra, recetas de conservación, ciclos apícolas, prácticas asociativas y mapas de riesgo son insumos epistemológicos: criterios de relevancia que orientan hipótesis, diseño experimental y medidas de éxito. La universidad aporta rigor metodológico; la comunidad, criterios de viabilidad y sentido. El conocimiento que se produce deja de ser “mercancía lejana” para convertirse en tejido social que protagoniza cambios.

Esa co-producción es también una decisión política. Los resultados técnicos y organizativos que emergen de un CIDI no pertenecen de modo exclusivo a una institución o a un inversor: están ligados a las comunidades que los demandan, inspiran y desarrollan. Por eso la propiedad intelectual se replantea como protección comunitaria contra la extracción del ingenio local y se vuelca al desarrollo productivo. Las soluciones que surgen en este espacio combinan difusión responsable y tutela: licencias sociales que permiten usos comerciales con retorno territorial; copropiedad que asegura que el valor creado revierta en bienes comunes, formación y servicios; y acuerdos jurídicos que priorizan la soberanía colectiva sobre la privatización.

Los CIDI incorporan tecnologías de frontera, pero siempre traducidas por el territorio y la cultura asociativa. La tecnología debe aprender el idioma del lugar antes de hablar: un algoritmo de riego es valioso si se entrena con lecturas locales de suelo y si su lógica se discute en la asamblea; la información que alimenta la IA permanece bajo control de quienes la generan; los drones sirven cuando sus imágenes se transforman en prácticas comunitarias de manejo de suelos; las fermentaciones de alto valor rinden cuando mezclan biotecnología con saberes tradicionales. Esta apropiación exige una ética de diseño: software y hardware abiertos, reparables y documentados; componentes accesibles; protocolos públicos que permitan replicar y reparar localmente. De ese modo, la frontera tecnológica deja de ser un lujo técnico y lejano para convertirse en una potencia democrática y apropiable.

Algunos casos

Podríamos citar casos y ejemplos en todas las áreas del conocimiento. Puestos a mapear oportunidades basadas en desarrollos existentes y potenciales, nos convencemos de que la Economía Social y Solidaria argentina tiene mucho para aportar al proyecto de la UCMA. A modo de anclaje, dos casos ilustrativos:

CoopTech — Cooperativa de Servicios Públicos de Morteros (Córdoba). Bajo la marca CoopTech desarrollaron Reconecta (sistema de monitoreo y gestión de líneas de media tensión), Más agua (monitoreo de cisternas, acueductos y sistemas de ósmosis) y herramientas para infraestructura digital como Oficina Virtual y Centinela, orientadas al monitoreo de data centers. El impulso fue transformar capacidad tecnológica instalada en servicio y soporte para cooperativas regionales y la comunidad.

BioAFA — AFA, Ramallo (Buenos Aires). La cooperativa agropecuaria AFA opera BioAFA, una planta-laboratorio de biotecnología que formula y produce bioinsumos microbianos: inoculantes (Bradyrhizobium, Azospirillum), Trichoderma, biofertilizantes y bioestimulantes. Con una capacidad proyectada que escala desde cientos de miles hasta millones de dosis, BioAFA ofrece alternativas más sostenibles frente a fitosanitarios convencionales y potencia la bioeconomía regional. Es un ejemplo de capacidades industriales y científicas en manos cooperativas que un CIDI puede amplificar y replicar.

Imaginemos por unos segundos la cantidad de puntos y experiencias —desde servicios sociales y actividades productivas hasta comercialización, gobernanza, tecnología y comunicación— que podrían activarse como CIDI.

Repositorios y economía de la cooperación

Para sostener la innovación continua, los CIDI se proyectan como plataformas abiertas: repositorios vivos donde datos productivos, climáticos y de procesos se gobiernan colectivamente. Cooperativas, mutuales y estudiantes de todo el país acceden a esas experiencias y sus resultados, fortaleciendo procesos. Estos repositorios universitarios/comunitarios protegen la soberanía informativa de las organizaciones solidarias y habilitan investigaciones contextualizadas y evaluaciones compartidas. Del mismo modo, por ejemplo, la ecología productiva se transforma en bioeconomía regenerativa: flujos materiales y energéticos se cierran localmente —residuos que alimentan biocombustibles, subproductos que nutren líneas de valor agregado, envases retornables y estrategias de upcycling— transformando procesos productivos en palancas ambientales y económicas a la vez.

Mucho más allá de las aulas y los laboratorios

La pedagogía de los CIDI excede el aula: estudiantes, técnicos, productores y vecinos tejen redes de aprendizaje intergeneracionales donde el trabajo y la reflexión se entrelazan. Esas experiencias se traducen en certificados modulares avalados por la universidad y las organizaciones, que convierten trayectos formativos en itinerarios reconocibles y acumulables. Al mismo tiempo, residencias tecnológicas, artísticas y de diseño conviven con incubadoras sociales que estimulan nuevas formas de emprendimiento cooperativo y renovadas narrativas de marca colectiva.

La innovación en los CIDI también se expresa como arquitectura económica alternativa. Los sistemas de producción y comercialización regionales agregan demanda, reducen intermediarios y mejoran márgenes para las empresas solidarias; instrumentos financieros adaptados —fondos rotatorios, bonos comunitarios, esquemas de co-inversión— financian mejoras productivas respetando la autonomía; y sistemas de pago solidario o monedas complementarias sostienen flujos en tiempos de escasez. Estos mecanismos no solo facilitan operaciones: reconfiguran incentivos y garantizan que el valor circule en el territorio.

La apertura hacia el mundo se hace desde la reciprocidad. Convenios con centros de excelencia y redes internacionales aportan técnicas de frontera, pero bajo la regla de la transferencia situada (empática): lo que entra debe traducirse, adaptarse y dejar aprendizajes transferibles a la comunidad. Esa relación exterior no es exhibicionista; es intercambio asimétrico regulado para que la ventaja técnica sirva a la soberanía local y no la erosione.

Medir el éxito en los CIDI requiere otra mirada. Más allá de papers o patentes, importan la retención juvenil, la autonomía alimentaria y la soberanía energética regional, la capacidad de reparación tecnológica, la reinversión en bienes comunes y la vitalidad de las tramas comunitarias. Contar esas historias —fracasos incluidos— con rigor y belleza es parte esencial de la reputación y la replicabilidad del modelo.

En la práctica, el CIDI es un “dispositivo de emancipación comunitaria”. No promete milagros sino condiciones: capacidad para decidir sobre semillas, energía y procesos productivos; herramientas para agregar valor en origen; formas de registrar, validar y preservar saberes; mecanismos para impedir la extracción del conocimiento comunitario. Es una apuesta por territorializar la innovación y por devolver a la universidad su estatuto de infraestructura social: una universidad que no viene a “hacer” por el pueblo, sino a hacer desde el pueblo.

Por todo ello, los CIDI deben entenderse como plataformas de innovación abierta y continua: ecosistemas en los que las soluciones se comparten, se mejoran en red y se replican sin perder contexto. Cada avance técnico, cada metodología pedagógica, cada hallazgo de gestión puede viajar a otros territorios y volver enriquecido. Así, el conocimiento deja de ser patrimonio encerrado y se transforma en bien común dinámico, en constante evolución.

Si la UCMA aspira a ser infraestructura del arraigo, los CIDI son su forma más palpable: raíces que aprenden, diseñan y protegen; nodos donde la técnica se vuelve afecto por lo común; plataformas donde la innovación nunca se detiene. Lo que perdure no será un laboratorio impecable, sino las relaciones que se tejieron: redes de confianza, capacidades compartidas y un saber que, lejos de emigrar, se queda y hace florecer el porvenir en su propio lugar.

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